"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

miércoles, 4 de abril de 2012

Herencia sovietica en Cuba (Parte III)

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Jorge Gómez Barata


El examen de la huella soviética en Cuba no alude al pasado remoto, sino al presente de cambios, búsquedas y opciones; se trata de un fenómeno de enorme complejidad y sensibilidad que no puede ser adulterado, exagerado ni trivializado, tampoco omitido; incluso la imprescindible síntesis a que el periodismo obliga, no es excusa para la simplificación. Naturalmente faltan detalles, ejemplos y concatenaciones; algo hay que dejar a los historiadores.


Cuando en 1953, año del Centenario del natalicio de José Martí, Fidel y Raúl Castro y un heroico destacamento de jóvenes patriotas asaltaban el cuartel Moncada para dar inicio a la Revolución Cubana, aun no habían transcurrido cuatro meses desde que el 5 de marzo de aquel año, en Moscú expirara Iósif Stalin hecho que cerró la época más gloriosa y trágica en la construcción del socialismo en la Unión Soviética.

Ambos sucesos que no tienen otra relación que haber ocurrido en el mismo año, prueban que cuando la Revolución Cubana daba sus primeros pasos, en la Unión Soviética se había consolidado una estructura de poder y un sistema político que durante unos 70 años fue promovido y en ciertos países de Europa Oriental y Asia impuesto como un modelo.

Las victorias de la Unión Soviética en la II Guerra Mundial, el auge económico y social, el respaldo a la reconstrucción de Europa Oriental, el apoyo a China y la solidaridad con el movimiento de liberación nacional, junto a la condición de superpotencia proporcionaron a la URSS un enorme prestigio internacional; cosa que no evitó que en 1956, el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética denunciara a Stalin. Nunca sobre un líder político se lanzaron tan graves acusaciones. El país y la izquierda mundial quedaron anonadados por las revelaciones de los crímenes y desmanes cometidos al amparo del poder.

¿Cómo fue posible? Se preguntaban los militantes, los revolucionarios y las personas honestas del mundo. La respuesta es sólo una: el sistema político y sus instituciones no fueron capaces de evitar tal estado de cosa; a lo cual se añade que las instituciones volvieron a fallar cuando, una vez reconocido los errores, fueron insolventes para propiciar una legítima y eficaz rectificación.

No hay manera de comprender la empatía de la Unión Soviética y Cuba sin aludir a los momentos iniciales de la Revolución Cubana. De una parte, no hay en el Programa de la Revolución, cuya letra y espíritu constan en la Historia Me Absolverá, ni una palabra acerca de la estatización de la economía, de la colectivización de la tierra, de la supresión de las instituciones tradicionales del Estado; como tampoco ninguna alusión a los Estados Unidos, al imperialismo ni a un proyecto socialista de formato tradicional.

Aunque el hecho es interpretado de diversas maneras, lo cierto es que el poder revolucionario instaurado en 1959 no tuvo oportunidad de realizar sus metas y su programa, sino que fue empujado a una abrupta radicalización debido a la inesperada, brutal y desmesurada agresividad de los Estados Unidos que además de tratar de conseguir sus propio objetivos, amparó a la oligarquía, prohijó la actitud plattista de la burguesía nativa, apoyó materialmente y respaldó políticamente a la contrarrevolución interna y sus expresiones armadas.

Obviamente no creo que los líderes revolucionarios que alcanzaron el poder en 1959 hubieran calculado que en apenas unos meses tendrían que organizar la defensa frente a las amenazas de Estados Unidos, hacerse además del gobierno de administrar toda la economía nacional, resolver como explotar el 100 por ciento de la tierra, dirigir el sistema educacional y lidiar con un enorme sector social de la economía para lo cual carecían de todo lo necesario, en primer lugar de los cuadros y de los conocimientos.

En realidad más que una socialización en Cuba tuvo lugar una “desprivatización” (término que acabo de inventar), un hecho inédito creado porque los propietarios abandonaban sus empresas, tierras, periódicos, comercios y mansiones en espera de que los norteamericanos las rescataran para ellos. De ese modo comenzó la estatización en Cuba se introdujeron lo que pudiéramos llamar los rudimentos de la administración socialista. <+div>

Comenzó así un período de provisionalidad revolucionaria en el cual, a pesar de la temprana alianza política, económica y militar con la Unión Soviética y de la proclamación del carácter socialista de la Revolución en 1961, debido sobre todo a las aprensiones de Fidel, Raúl y el Che, la Revolución no se apresuró a introducir las prácticas ideológicas y se resistió a la copia mecánica de las prácticas vigentes en la URSS, especialmente sus métodos de dirección de la economía y su sistema político.

En la década de los setenta; tras 17 años de “provisionalidad revolucionaria” ante fenómenos económicos que amenazaban el proceso, la dirección revolucionaria decidió avanzar en la institucionalización del país y la Revolución. Obviamente donde no había un sector privado tampoco habría que recrearlo por lo cual de lo que se trataba era de asumir un modelo económico socialista y en el ámbito político, no sobraban los precedentes disponibles.

La experiencia de la Unión Soviética y los países socialistas, no eran la mejor opción sino la única y para allí, libérrimamente, sin sombra de imposición alguna miramos. Luego les cuento. Allá nos vemos.

El republicano moderado es historia

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Por: Santorum
Mark Thoma ha pillado no hace mucho a Kevin Hassett jugando para el equipo republicano. En su blog, Economist’s View, cita un artículo de opinión de Hassett publicado en la edición digital de National Review en el que este escribe: "No es una casualidad que el sector privado esté arrancando aunque los estímulos gubernamentales se estén reduciendo…  La actividad contenida que ha reprimido durante años la incertidumbre respecto a  las políticas de Obama por fin se está liberando. Demos gracias a Dios por los atascos".
Thoma compara esto con una interlocución durante una vista del Congreso en febrero de 2001 en la que Hassett afirmaba: "A los economistas que han estudiado esto les ha sorprendido bastante que la política fiscal en tiempos de recesión sea razonablemente eficaz. Lo único es que los jefes intentaron dar un primer empujón que era demasiado flojo y que por lo general los golpes fuertes no llegaron hasta bien entrada la recesión. De modo que la razón por la que la política fiscal no nos ha sacado antes de la recesión es que empezamos tarde".
La verdad es que no es ninguna sorpresa. Pero el hallazgo de Thoma me ha hecho pensar si hay algo que pueda llevar a los intelectuales conservadores razonables y moderados a aceptar el hecho de que en el partido republicano ya no hay cabida para ellos y qué podría ser ese algo.
Porque existe gente así, o al menos existe esa postura. Uno puede creer que el Estado del bienestar es demasiado grande sin creer que los parados no son más que unos vagos; puede creer que una política monetaria, y sobre todo una política fiscal, más activista sea un error, sin practicar la macroeconomía del oscurantismo. Evidentemente, yo discrepo, pero puedo entender que una persona razonable sostenga esos puntos de vista.
Pero no son puntos de vista que prevalezcan, o que se consideren siquiera marginalmente aceptables, en el Partido Republicano de hoy en día. El partido moderno es, en lo que respecta a los problemas sociales, el partido de Rush Limbaugh y Rick Santorum; y en cuanto a los temas económicos, es el partido de Ron Paul y Arthur Laffer. Nadie que tenga ambiciones políticas dentro del Partido Republicano se atreve a desafiar estas opiniones; los intentos de defender a Mitt Romney se basan  enteramente en la premisa, o tal vez la esperanza, de que todo lo que dice es mentira (lo que en cualquiera de los casos parece una buena suposición).
Y no, no hay nada comparable en el otro lado. Es verdad que el presidente Obama juega a veces a los equívocos, pero tanto por sus palabras como por sus actos, es un político moderadamente liberal y ligeramente intervencionista a quien ni los liberales ni, para ser francos,  los conservadores moderados deberían encontrar especialmente alarmante.
Así que, ¿cuándo abandonan el barco los conservadores razonables? David Frim, un analista y exasesor del presidente George W. Bush, y Bruce Bartlett, exasesor del presidente Ronald Reagan, ya lo han hecho, pero ¿quién más?
Claro que, a lo mejor, la gente que nos parece razonable en realidad no lo es. Algunos blogueros supuestamente libertarios han bajado la guardia y se han manifestado a favor de la vil ley de Virginia que obliga a las mujeres que quieren abortar a someterse a una ecografía transvaginal y apoyado a Rush Limbaugh después de que llamara “fulana” a una estudiante de derecho que defendía los anticonceptivos.
Pero yo creo que lo que estamos viendo básicamente es una ambición cínica, una falta de ganas de acabar con las esperanzas de tener un cargo e influencia en el futuro que es lo que entrañaría el admitir que este no el Partido Republicano de antaño.
Traducción de News Clips.
© 2012 The New York Times.
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